2. ¿Es Usted Sensible al Pecado?
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Volvamos al capítulo 1 de la Primera Epístola de Juan, a la declaración del versículo 5: "Y este es el mensaje que hemos oído de Él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él." Juan estaba diciendo que el mensaje que el Señor nos dio, habla acerca de Sí mismo y expresa con exactitud que Él es absolutamente sin pecado. El texto griego dice literalmente que no hay una sola pizca de tinieblas en Él. Por lo tanto, "Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad" (v. 6).
La luz y las tinieblas no pueden coexistir. La una quita a la otra de en medio. Juan continuó desarrollando dicho tema: "...pero si andamos en la luz, como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad. Si decimos que no tenemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros." (7-10).
Algunas personas hacen ciertas afirmaciones que aunque parezcan bonitas, en el fondo son vacías. Aseguran tener comunión con Dios -ser cristianos (v. 6), no tener pecado (v. 8) y algunos hasta dicen no haber pecado nunca (v. 10). Los tales piensan que están andando en la luz, cuando realmente permanecen elas mismas tinieblas. Esta es una característica de los incrédulos, pues ellos están inconscientes de los pecados que hay en sus vidas. Los individuos que se mencionan en el versículo 8, no están procediendo de manera adecuadacon sus pecados, porque creen que han alcanzado un estado en el cual ya no pecan más. Sin embargo, se están engañando a sí mismos. Las personas que se mencionan en el versículo 10, nunca han confesado o reconocido el pecado en sus vidas. Con una actitud así están denigrando a Dios, porque él dice que, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la Gloria de Dios" (Ro. 3:23). Puesto que los incredulos son tan insensibles a la realidad de su condición, la pecaminosidad humana es el punto de partida correcto para compartir con ellos el Evangelio.
Por otra parte, los creyentes andan en la luz, "como él está en la luz" (v. 7). Tenemos de manera virtuosa, y lo que es más, confesando nuestros pecados (v. 9). Los verdaderos creyentes tienen un sentimiento correcto en cuanto al pecado. Saben que si desean tener comunión con Dios, han de ser santos. Cuando ocasionalmente pecan, reconocen que deben confesar su pecado.
En el próximo capítulo, Juan sigue esta enseñanza y da un paso más. "Hijitos míos", dice en el versículo 1 del segundo capítulo, "os escribo estas cosas para que no pequéis; y si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." Los verdaderos creyentes se dan cuenta de que no tienen por qué pecar, pero cuando lo hacen, saben a quién deben acudir -a Jesucristo, el abogado del creyente-. Como hemos visto anteriormente en el capítulo 1, la obra intercesora de Cristo es una de las grandes seguridades trinitarias de nuestra salvación. Es una realidad alentadora a la cual aferrarse, especialmente cuando tenemos que enfrentarnos con el pecado.
La persona que es verdaderamente salva, se muestra sensible a la realidad pecaminosa que hay en su vida. Este es el ejemplo que Pablo nos dejó, hablándonos del peso de la obra del pecado en su propia vida (Ro. 7:14-25). Consideren pues, mis lectores, cómo se aplica esta verdad a cada uno de ellos. ¿Está usted realmente apercibido de la batalla que ruge en su interior? ¿Se da cuenta de que para llevar una vida de comunión con Dios, debe procurar continuamente la santidad; que no puede andar en tinieblas y decir que tiene comunión con Dios? Cuando es conciente de ello, ¿está dispuesto a confesar y abandonar cualquier pecado en su vida? ¿Se da cuenta de que puede decidirse por no pecar, y que no está luchando en una batalla en la que está obligado a perder?
Sin embargo, cuando peca, ¿acude a su abogado divino? Al estar preocupado con la carga del pecado que hay en su carne, ¿clama a veces juntamente con Pablo, "¡Miserable hombre de mí!; ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?" (Ro. 7:24). Si es así, usted obviamente es un cristiano, y puesto que la salvación es segura, puede disfrutarla gozosa y tranquilamente.
John F. MacArthur, Salvos Sin Lugar a Dudas, Capítulo 5, pp 75-77.