4. ¿Rechaza Usted a este Mundo Malo?
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Llegamos ahora a la cuarta prueba que nos presenta Juan, la cual encierra en sí, una característica del verdadero cristiano: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn. 2:15). Este amor habla de nuestras más acariciadas metas, de nuestras emociones más fuertes. Los cristianos no pueden retener esta clase de sentimientos hacia nada de este mundo, porque saben que hasta que Cristo vuelva, este mundo está dominado por el enemigo de Dios. Juan dijo: "Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero yace en poder del maligno" (1 Jn. 5:19). Por ahora, Satanás es "el dios de este mundo" (2 Cor. 4:4).
El maligno ha concebido un sistema al que la Biblia llama sencillamente "el mundo". El término griego (kosmos), habla de un sistema que abarca la falsa religión, la filosofía errante, el delito, la inmoralidad, el materialismo y cosas por el estilo. Cuando nos convertimos en cristianos, estas cosas lejos de atraernos, verdaderamente nos repelen. A veces es posible que sea tentado y se sienta atraído hacia las cosas del mundo, pero no es lo que usted ama, sino en realidad, lo que odia. De esta forma se sentía Pablo cuando caía en el pecado (Ro. 7:15). Estas caídas ocasionales resultan sumamente frustrantes, pero nosotros los creyentes podemos estar agradecidos de que el pecado es algo que odiamos. Esto es así, porque la nueva vida en Cristo hace crecer en nuestro interior el amor hacia Dios y hacia las cosas espirituales. "Porque todo lo que hay en el mundo", dice Juan, "los deseos de la carne, la codicia de los ojos, y la soberbia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn. 2:16-17). El mundo y sus preocupaciones carnales no son sino realidades temporales. En contraste con ello, el verdadero creyente tiene la vida eterna y permanecerá para siempre.
El Señor Jesús dijo que aquellos que le siguieran no serían del mundo, así como Él tampoco era del mundo. Aún nos movemos en el mundo para hacer Su voluntad en tanto que vivamos, pero no somos del mundo. Por eso el Señor Jesús oró específicamente al Padre, para que nos guardara del maligno (Jn. 17:14-16). Dentro de este malvado sistema mundial, somos vulnerables a ser absorbidos por el mal en una u otra ocasión, pero el amor a Dios es lo que nos alejará de lo malo y dirigirá nuestro punto de vista hacia las prioridades celestiales.
¿Rechaza usted al mundo? ¿Rechaza las falsas religiones, las ideologías extrañas, el vivir impío y las metas vanas? En lugar de ello, ¿ama a Dios, a su verdad, a su reino y todo lo que Él ama? Esto no nace naturalmente en ningún hombre o mujer, porque la tendencia humana es amar las tinieblas antes que la luz, para enmascarar las mismas obras de las tinieblas (Jn. 3:19-20). Los incrédulos son de su padre el diablo, y anhelan hacer los deseos de él (Jn. 8:44). El hecho de que usted rechace al mundo con sus deseos diabólicos, es una indicación de su nueva vida en Cristo, y puesto que esta nueva vida es para siempre, instálese en ella con un sentimiento absoluto de seguridad.
John F. MacArthur, Salvos Sin Lugar a Dudas, Capítulo 5, pp 79-80.